Recientemente leí por consejo de un antiguo maestro y buen amigo tres cuentos de Ramón López Velarde: Beati Mortui, El obsequio de Ponce y Luna de miel, escritos en 1908, 1913 y 1914, respectivamente, y compilados por José Luis Martínez en las obras completas del poeta jerezano. He aquí mis comentarios.
     De extensión breve y lectura ágil,  puede decirse que los relatos son muestra clara del temple literario lopezvelardeano en cuanto a su estilo y sus temáticas. El primero, por ejemplo, aborda uno de los tópicos que más gustaron ⎼⎼y angustiaron⎼⎼ a Velarde: el más allá y las ánimas en pena. Pedro, el personaje del cuento, sufre al escuchar una noche “lecturas que ponen los pelos de punta”. En este cuento, a la manera en que lo hace en su prosa Espantos o en poemas como Día 13 o El sueño de los guantes negros, López Velarde reafirma su tendencia a lo sobrenatural y lo supersticioso, sus creencias de cábala y artes de amuleto, como prefiere llamarles. 
     Así, mientras que en Beati Mortui expresa: “Porque Pedro era temerosísimo de todo lo sobrenatural. A los muertos, sobre todo, les temía con pavor. ¿Y quién de nosotros no les teme?”, en Espantos asegura: “El terror vive en mí constantemente. Huésped enlutado, podrá cambiar de traje pero siempre irá de luto”, o más adelante: “Yo creo, yo estoy dispuesto a creer en todo lo que se llama miedo, en todo lo que se llama superstición”.
     Existe otra constante lopezvelardena en este cuento y, como lo veremos más adelante, también en Luna de miel: una suerte de architextualidad, entendida ésta, según Gerard Genette, como la relación de un texto con otros tipos de discurso, modos de enunciación o géneros literarios a los que pertenece. En varios de sus textos en prosa, López Velarde gusta de integrar al cuerpo de su discurso ora un poema ora una disertación, un monólogo o una diatriba  ⎼⎼a las que muchas veces les atribuye un autor ficticio⎼⎼ que servirán para ejemplificar o fundamentar sus argumentos y por qué no, para solazarse en su propio proceso creativo. 
     Así, en Beati Mortui, una de las lecturas que afectaron el ánimo de Pedro es la de “un autorcillo anónimo” que hacía hablar a los condenados con discursos llenos de piedad: “Señor, gritaban los réprobos al alzar sus brazos como llamas vivientes, Señor, danos siquiera que se abran un poco las bóvedas de esta cárcel para aliviar la calcinada retina de nuestros ojos con la visión de un pedazo de azur constelado de estrellas. Mas no, Padre, te pedimos más, mucho más que ese consuelo ilusorio”.

     En el segundo cuento, El obsequio de Ponce, plantea la historia  de Luis Ponce, un pesimista sincero y amargo solterón que rechaza el “capítulo escabroso” del matrimonio, a pesar de estar enamorado de Rosario Gil, a quien  condena a convertirse en una novia perpetua:
"Es oportuno que sepas que para mí no podrás ser nunca más que la novicia que regase pétalos de austera piedad en un Zodiaco de ultratumba, sobre el que cayese, con lentitud y con gracia, el deshojamiento de los rosales eternos. En esta vida angustiosa y mezquina que nos maltrata, nada podrá haber entre nosotros más que la comunión directa de corazón a corazón. ¿Acaso tú quisieras vivir la vida como todos los que se aman?"
     La respuesta de Rosario es abnegada: ”Yo soy lo que tú quieras”. Sin embargo, este arreglo amoroso termina cuando un viejo amigo, el doctor Montaño, regresa a la villa con el fin de contraer nupcias; la elegida, quien desconoce las intenciones del doctor, no es otra que Rosario Gil. Ponce, luego de la sacudida que aquella declaración le ocasiona, se enfrenta a un conflicto moral que lo llevará a elegir entre su noviazgo a modo y la felicidad futura de su amada.
     Como lo apunta Edgar García Encina en su trabajo El narrador poeta, este relato parece tener una carga autobiográfica ⎼⎼si bien es cierto que López Velarde no rechazaba el matrimonio e incluso llegó a proponérsele a Margarita Quijano, también es verdad que su figura ha  sido siempre relacionada con la soltería sempiterna. 
     El mismo caso ocurre en La necedad de Zinganol, uno sus textos publicados en El Minutero. Zinganol es un antiguo amigo del poeta quien, al igual que Luis Ponce con Rosario, es un pesimista que tiene como única excepción a su fatalidad el amor que le profesa a Isaura, una mujer de alma vehemente y amplia con la que, para no ser parte del guión impuesto por la sociedad, nunca había intercambiado un saludo. Un día, gracias a un sueño en el que Isaura lo desconoce, el pesimista descubre  tarde su necedad, su insensatez y rebeldía.
     Tras la muerte de Zinganol, López Velarde decide dedicarle una diatriba póstuma a quien bien podría ser uno de sus alter egos. Ramón es Zinganol, también es Ponce, y en un intento por leerse el futuro, como lo hará en su momento la gitana, escribe para el otro, quizá haciéndolo para él mismo: “Ignoro qué hábitos morales desplegarás actualmente […] ¿Quién volvió de la tumba temida a decir lo que está más allá… Que al transmigrar a cualquier mundo sepas y quieras dar el santo y seña. Porque si persistes como ente irregular, acabará por abochornarte tu carencia de domicilio conocido”.

     Luna de miel completa esta triada narrativa. El relato nos adentra en los primeros quince días de matrimonio entre Pedro Galindo y su amada. El esposo, absorbido por el trabajo diario, aprovecha la hora de la cena para alabar la belleza de su cónyuge, especialmente su busto, con panegíricos dichos “a la luz discreta de una lámpara”:  “En el gro nobiliario que cubre la armonía de tu busto, deberían prenderse amada, las siete joyas de las siete virtudes, tu busto es fragante y honesto, como una rosa de altar”. Sobra decir que la señora de Galindo espera enamorada cada noche a su trovador. La muerte de Cristobal Guerra, amigo de Pedro Galindo, dará al traste con el encanto de la luna de miel, cuando la señora de Galindo descubre que las lisonjeras frases que su esposo le recitaba como propias eran en verdad versos inéditos del difunto.
Similar a los otros en extensión y en estilo, la diferencia principal entre los dos primeros cuentos y éste es, a mi ver, la potencia y el carácter que Ramón López Velarde imprime en el personaje femenino. Aunque fisicamente responde al ideal lopezvelardeano de mujer -la tez blanca, el espíritu noble- la señora de Galindo es además un mujer intelectual que: “Podía emocionarse con un verso noble, festejar una prosa irónica y hasta entender -mejor que algunos varones consagrados- una doctrina filosófica”.
     La señora de Galindo no es la señorita que borda en el zaguán de su casa mientras espera la llegada del primer hombre que la elija como consorte; por el contrario, ella “necesitaba un esposo que superara en algo la generalidad de los mortales”. Pedro Galindo lo era, catedrático de historia, figura pública. La protagonista de Luna de miel no podría serlo de El regalo de Ponce; nuca diría, como lo hizo Rosario Gil: ”Yo soy lo que tú quieras”. 
     Más que amorosa, su decepción es intelectual. Ya no podrá ver en su marido las virtudes antes alabadas, sino únicamente la simpleza y ‘la bestialidad del sexo’. Su luna de miel se torna en cirio, y cuando Pedro Galindo retoma su farsa a la noche siguiente, su esposa: “cree ver […] que su marido metía el brazo en el ataúd del literato, para despojarlo de su laurel oscuro”. Imagino que nuestra protagonista experimenta al escucharlo decir versos ajenos, la misma animadversión que Velarde siente en La derrota de la palabra por los espíritus vulgares que, a falta de vida interior, les da por declamar.
     El desenlace del cuento es poderoso, antes que reclamarle al marido el engaño, la señora de Galindo muestra su desprecio al cortar de tajo su palabrería: “Quiero dormir… tengo sueño…” le dice y sale del comedor.

     Beati Mortui, El regalo de Ponce y Luna de miel se desarrollan de forma ágil, más no por eso trivial. Hay en los tres cuentos una propuesta profunda, casi filosófica, del amor, la muerte, de la literatura misma. Textos narrativos que no por eso carecen de pinceladas poéticas dignas de los poemas lopezvelardeanos: “Tú sabes que, en la trama de nuestros días, el amor es el único punto de claridad que nos baña los ojos”. Tres muestras de la potencia literaria de un escritor  completo, vigente  y, para nuestra dicha, con una obra todavía llena de vericuetos inexplorados.

Andrés Briseño Hernández
Jerez, Zacatecas, junio de 2021

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