memorias de un desmemoriado III (o IV, no me acuerdo) imagememorias de un desmemoriado III (o IV, no me acuerdo) imagememorias de un desmemoriado III (o IV, no me acuerdo) image
La manta fiada

Tenía un esposo anciano y ciego; ella era blanca, joven y de cascos ligeros.
El querido en turno sólo debía llegar a la tienda de abarrotes, comprar alguna chuchería y dejarle entre el dinero una nota que especificara el día y la hora en que podrían verse en Jerez. Para la fecha señalada, le anunciaba a su marido que debía bajar al pueblo a comprar mercancía para el negocio.
Una de sus comadres, sabedora de su afición, le suplicaba encarecidamente que no se entendiera con su esposo. Ella le juró y le perjuró que no haría.

Hacía años que se entendía con su compadre.

Otra de las vecinas, menos ilusa, dio con las correrías de ella y su marido por lo que decidió tomar providencias y asegurarse de que la descocada no volviera a meterse con su esposo.

– ¡Aquí hay chile pa’ que llenes!

Gritaba la despechada quien, con un chile colorado en la mano, persiguió a la marcornadora arroyo abajo y no dejó de seguirla hasta que las primeras estrellas aparecieron en el horizonte.



Una lección

El viejo holandés Inge Boone era apenas un niño de primaria cuando su padre, el señor Boone, le preguntó:
– ¿Qué aprendiste hoy?
–Nada– contestó él despreocupado.
El señor Boone no emitió ningún comentario al respecto, pero al otro día, en lugar de enviar a su hijo a la escuela, se lo llevó al trabajo. Ahí le encomendó las tareas más arduas y fatigantes hasta muy entrada la noche. A la mañana siguiente lo envió de vuelta a clases.
A su regreso, fue cuestionado:
– ¿Qué aprendiste hoy?– inquirió su padre.
–Aprendí esto y esto y esto y esto…– contestó el pequeño Inge, como quien emite un informe pormenorizado.


Genealogía

Se casó y tuvo varios hijos. Su esposo se fue a Estados Unidos y ella se quedó en casa de sus suegros. Al tiempo, tuvo otro hijo del papá de su marido; el niño era, a la vez, hijo y cuñado de su mamá, nieto e hijo de su abuelo. Luego volvió el esposo. Se juntaron. Tuvieron otra hija. El marido regresó al Norte donde lo encarcelaron acusado de pederastia. Una de las hijas engendró a una niña de su abuelo quien resultó tía de su madre y hermana de la madre de su madre. Dicha hija vivió con otra mujer, la que luego la dejó por otro. Su tía-hija, antes de los 18, se había casado ya dos veces.


Cuento de hadas

Eran huérfanos de madre y tenían hambre. Cuando podían, mi mamá y sus hermanas les pasaban un taco a través de las hendiduras de la cerca de piedra. Los niños del otro lado tomaban las tortillas y las devoraban antes de que su madrastra los descubriera.
Además de hambre, tenían un jardín en el centro del patio. Armados con un palo, los niños debían evitar que las gallinas se comieran las plantas. De sol a sol protegían al huerto de las gallinas; sin comer, temerosos siempre. Día tras día al asedio, meneando la vara, girando alrededor del jardín.
A veces el sueño los vencía y las aves destrozaban las flores. Entonces llegaban la madrastra y los golpes. Al anochecer, tendidos sobre la misma cama desvencijada, lloraban tristemente sin hadas madrinas que vinieran en su auxilio.
El padre se tornó malo bajo los influjos de su nueva esposa. Cierto día atrapó a uno de los niños; lo llevó a rastras hasta el corral donde guardaban la leña y le colocó la cabeza en el partidero.
– ¿Lo matamos, vieja? – proponía envuelto en un halo diabólico.
Los niños escaparon al cerro. Luego abandonaron el rancho para vivir con su abuela materna. Sólo una niña decidió quedarse y aguantó las vejaciones de su padre y su madrastra hasta que tuvo edad para casarse y se fue de la casa para siempre.



Entrega-recepción

El mensajero se plantó frente al viejo señor cura y le dijo:
–Padre, el nuevo señor cura le manda pedir la llave del sagrario.
–Dile al nuevo señor cura– contestó el viejo señor cura, que siempre fue un hombre de armas tomar– que aquí están las llaves y que se las meta por donde le quepan.
El mandadero cumplió, palabra por palabra, con el encargo. Al cabo de un rato volvió con la respuesta.
–Que dice el nuevo señor cura que mejor se las meta usted; como usted es más viejito, seguro lo tiene más aguado y le caben mejor.
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