De las tunas y sus complicaciones
Pedro Hernández, mi abuelo, solía contarme esta historia cuando bajaba de Sarabia a comprar mandado. Como me la contó se las endoso.

Cerca del rancho vivió un hombre que sufría un gusto desaforado por las tunas. Cada temporada podía vérsele entre los nopales devorando una tuna tras otra como si en eso se le fuera la vida Luego, cuando su estómago era incapaz de recibir una más, él mismo se provocaba el vómito para extender la comilona por horas.
Cierto día el hombre se despachó una cantidad considerable de tunas taponas, y, como su nombre lo indica, éstas le provocaron un estreñimiento severo por varios días.
Ningún remedio casero ni la visita al médico en Jerez lograron aflojarle el estómago; todo esfuerzo por expulsar las semillas que llevaba atoradas fue nulo.
Al cuarto día de sufrimiento el hombre se encaminó al arroyo. Allí pujó y pujó largo rato sin lograr su cometido. Desesperado por la ineficacia de sus intentos se aferró con enjundia a las ramas de los jarales que tenía enfrente.
El método pareció funcionar: algo dentro suyo se movilizó lento hacia afuera como una tuza avistando el horizonte desde la entrada de su madriguera.
La ilusión de poder evacuar por fin lo hizo empujar con tal apremio que las ramas de los jarales se rompieron, el hombre cayó de nalgas y sintió cómo la tuza se volvía presurosa a su escondite.
–¡Malhayá mi suerte!– dijo sentado sobre lo poquito que había hecho– Tan adelantado que iba…


Andrés Briseño Hernández
ESTE SITIO FUE CONSTRUIDO USANDO