Quién pudiera cerrar los ojos
pa no llorar sin consuelo:
nos han quitado hasta el suelo,
nos dejaron los abrojos.
No diga que usted no vido
en las paredes los hoyos.
No hay aguas en los arroyos,
pero sí sangre y olvido.
Entre los surcos, la hierba;
en los corrales, la nada;
las puertas, desvencijadas;
el alma, triste y acerba.
Dedos me faltan, señores,
para contar las desgracias;
muchas ya son las falacias,
las burlas, los sinsabores.
A muchos, noche tras noche,
les falta un hijo, un hermano.
Y el llanto parece vano
y vano suena el reproche.
No diga que usted no vido,
no diga que nada pasa;
usted, el que tiene casa
y a nadie, nunca, ha perdido.
Quién pudiera cerrar los ojos
pa no llorar hasta el alba,
pa no morir a mansalva
tirado entre los rastrojos.
Entre los surcos, la espina;
en el corazón, la pena.
Y la metralla que suena
no aminora ni termina.
Andrés Briseño Hernández