Querido lector, comienzo con esta entrega una sección de La Fragata: Memorias de un desmemoriado. En ella aparecen mis recuerdos o, mejor dicho, lo que recuerdo que recuerdo de ellos. No me consta que sucedieron tal y como los escribo, pero sí que pasaron, que son reales y que han marcado de una forma u otra mi vida.  Espero que los disfruten.


Hermanos que salvan el pellejo

No es que yo hubiera sido un bravucón, digamos que tenía mala suerte; cuando menos lo esperaba, ya estaba metido en una riña.
            No recuerdo por qué un grupo de niños de sexto (yo cursaba el segundo grado) me rodeó para darme mi merecido. Al parecer yo había golpeado a uno de mis compañeritos y éste había ido con el chisme a su hermano mayor.
            El asunto es que la cosa era conmigo y no se vislumbraba una salida halagüeña.
Entonces, cuando estaba a punto de recibir puñetazos y coscorrones, el hermano ofendido me abrió la puerta para salir de atolladero sin raspaduras:
            – ¿Tú cuál eres? – me preguntó con dudas, pues no estaba seguro si yo era yo o mi hermano gemelo, Raúl.
            No lo dude un instante.
            –Soy Raúl– dije sin remordimientos.
            De tres zancadas llegué a casa para contarle a mis hermanos mayores la proeza que había logrado: ¡Había embaucado a niños mucho más grandes que yo! ¡Qué mente sagaz!
            – ¡Soy muy listo, soy muy listo!– alardeé a viva voz segundos antes de que Raúl llegara hecho un mar de lágrimas luego de la tunda que le había propinado un montón de chiquillos con sed de venganza.
Evidentemente, ese día la sagacidad no fue uno de los atributo de mi hermano.

                                                                                                              Andrés Briseño Hernández
ESTE SITIO FUE CONSTRUIDO USANDO