EL MAR NO LO HABRÍA INTENTADO,
no habría alzado sus brazos de agua marina
de no haber sido por la gaviota.
Y el ave, de por sí enamorada de fruto de las olas,
no se habría detenido un instante siquiera
de no haber transfigurado en espuma
el plumaje blanco de su alma.
Andrés Briseño Hernández