Rompón Rompope
llegó a galope
sobre una vaca
cansada y flaca.

Era un chiquillo
medio fellillo,
pastor  valiente
e inteligente.

Entró a la hacienda,
soltó la rienda
 y dio un gran brinco
con mucho ahínco.

“¿Y tu caballo?”
—Dijo Pelayo
y abrió los ojos
tras los anteojos.

“¡Ay, Pelayito!
—soltó en un grito—
¡Un lobo fiero
me arañó el cuero,
mordió al caballo
del mero callo
y a las ovejas
tragó parejas!”.

“¿Y los tres toros
gordos y moros?
¿y las vaquillas
que son tordillas?
¿Qué fue de ellas?
¡Eran tan bellas!”.
—Dijo Pelayo
al buen lacayo.

“Del lobo hambriento
son alimento;
ya son compota
en su panzota.

También el pollo
se fue pal hoyo
y el gato Chito
y mi perrito.

Se echó de un tiro
al gallo giro,
veinte patillos,
dos borriquillos.
Al puerco pinto
de don Jacinto
y al puerco enano
de don Mariano.

Entre sus dientes
tan malolientes
fueron molidos
cuarenta nidos.
Las chivas finas,
cual gelatinas,
fueron tragadas
a cucharadas”.

“¿Y tú qué hacías
mientras veías
cómo el lobete
hacía un banquete?”.

“Ay, don Pelayo,
como de rayo
solté a rebotes
los guajolotes,
los conejitos,
los potrillitos;
quité las trancas
de las potrancas.

Así es que el lobo,
que no era bobo,
en un segundo
devoró el mundo”.

“¡Rompón Rompope,
te doy un tope!
¡A lo que hiciste
no le hallo chiste!”.

“No fue por chiste
lo que me oíste:
cuando el lobeno
quedó relleno
—grande y panzón
como un camión—
tomé una aguja
nada blanduja,
le di un piquete
a ese lobete
que dio un aullido
y un estallido.

¡Como un globote
tronó el lobote!

Subí a la vaca
que de tan flaca,
lobo exigente
no le echó el diente.

Ella es testigo
de lo que digo,
ésta es mi historia,
que es tan notoria,
y sin espanto
les traigo el canto”.

Andrés Briseño Hernández
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